miércoles, 28 de abril de 2010

Arbol

Nunca había puesto tanta atención a los árboles, hasta que me los presentaron. Me agradaban los de Tim Burton, tetricones, secos, a veces solitarios y otras en manada, formando cuevas o como si escondieran algo a la vista del sol. Son árboles con forma humana, un tanto deformes pero que dan la impresión de personas arbolificadas o de partes humanas pegadas a los troncos o ramas, una cara, algún ojo, brazos, manos, dedos o piernas.

Me regalaron uno y me platicaron lo bonitos que son. Me explicaron la tipología existente: tamaño –aunque todos pequeños a pesar de ser enormes-, la forma en que las ramas se estiran, lo tupido que pueden ser, los colores, pero eso sí, sin aves, vivos pero sin vida alada. Los aletazos los transforman, los hacen poco vistosos o mejor, poco visitables. Por eso, sin aves. Esas que vuelen y no se detengan. Que vuelen alto, donde no puedas verlas y mucho menos escucharlas. Y los árboles, que no son alados, pues que permanezcan parados, caminando de vez en cuando, acompañándonos a través de la ventana de los autobuses, esos que empezamos a tomar casi a diario. Sí, que los árboles corran por la ventana esperando que los vea o haciendo señas con las ramas para que volteemos a verlos. Aunque parezca que van siempre en sentido contrario, rápido por la ventana, no es así. Simplemente se emocionan y van a encontrarte y no ves cuando regresan, pues el autobús es el que no se detiene.

No los había visto tan cerca, o mejor dicho, no me habían regalado uno. Lo riego a diario y sus colores se avivan, las ramas crecen, pero entonces recuerda que lo pensaron pequeño y se encoje hasta caber nuevamente en el cuadro 14 x 15 en que lo tengo, pues la maceta no le gusta.